In a world divided by more than distance, one side echoing with grand marble halls and iconic skylines, the other adorned with quiet galleries and local treasures, we found each other. I come from New York, where museums rise like monuments, where every exhibit feels like a heartbeat of the city: bold, ever-changing, full of story. Anthony comes from New Jersey, where museums feel like whispered histories, where stillness lives in every preserved frame and time seems to slow down. We are curators of contrast. I’m type A—fast-moving, fiery, always thinking ten steps ahead, like a docent guiding a packed tour. He’s type B—peaceful, steady, content to linger in the quiet corners where beauty reveals itself slowly. And yet, in a world of endless profiles and passing glances, we both swiped right. Two individual pieces, suddenly part of the same collection. This wedding is more than a ceremony—it is a gallery. A gallery of city and suburb, of rhythm and rest, of contemporary and classical. It is a permanent installation of our love, curated with intention, care, and something far greater than chance. Because above all, this story is framed by faith. God is not just a signature at the bottom of the canvas—He is the Master Artist. He painted the path that led us here, and it is in His presence that we’ll receive our blessing, beneath the soaring beauty of the Catedral Basílica of the Sacred Heart in Newark, where light dances like stained glass and two become one. This is the unveiling of our forever, for Anthony and me. A love that flows like a guided tour through every wing of life, sometimes fast, sometimes slow, but always together, an exhibit we’ll keep building, room by room, for the rest of our days.

En un mundo dividido por algo más que la distancia—un lado que resuena con grandes salones de mármol y horizontes icónicos, el otro adornado con galerías tranquilas y tesoros locales—nos encontramos el uno al otro. Yo vengo de Nueva York, donde los museos se alzan como monumentos, donde cada exhibición late con el pulso de la ciudad—audaz, cambiante, llena de historia. Anthony viene de Nueva Jersey, donde los museos son susurros del pasado, donde la quietud habita en cada marco conservado y el tiempo parece detenerse. Somos curadores del contraste. Yo soy tipo A—rápida, apasionada, siempre pensando diez pasos adelante, como una guía conduciendo un recorrido lleno de energía. Él es tipo B—sereno, constante, feliz de quedarse en los rincones tranquilos donde la belleza se revela con calma. Y aun así, en un mundo de perfiles infinitos y miradas pasajeras, ambos deslizamos a la derecha—dos piezas individuales que, de repente, formaban parte de la misma colección. Esta boda es más que una ceremonia—es una galería. Una galería de ciudad y suburbio, de ritmo y descanso, de lo contemporáneo y lo clásico. Es una exposición permanente de nuestro amor, curada con intención, cuidado, y algo mucho más grande que el azar. Porque por encima de todo, esta historia está enmarcada por la fe. Dios no es solo una firma en la esquina del lienzo—Él es el Gran Artista. Él pintó el camino que nos trajo hasta aquí, y será en Su presencia que recibiremos Su bendición, bajo la majestuosa belleza de la Catedral Basílica del Sagrado Corazón en Newark, donde la luz baila entre vitrales y dos se convierten en uno. Esta es la inauguración de nuestro para siempre—para Anthony y para mí. Un amor que fluye como un recorrido guiado por cada ala de la vida—a veces rápido, a veces lento, pero siempre juntos—una exposición que seguiremos construyendo, sala por sala, por el resto de nuestros días