Pedro era compañero del salón de mi hermana en sexto de primaria. Desde el primer momento en que lo vi, su carisma y sus chinos rubios me cautivaron. Además, su altura lo hacía destacar en cualquier lugar. Nuestros caminos coincidían con frecuencia: en la iglesia, en el club de conquistadores, en las reuniones del salón de mi hermana, e incluso en los emocionantes arrancones de autos en el autódromo. Una peculiaridad que siempre me hacía sonreír era el apodo que Pedro solía usar para dirigirse a mí: "Mini Marianita" (en referencia a mi hermana Mariana). Cada vez que lo pronunciaba, sentía una mezcla de emoción y mariposas en el estómago. Esos pequeños encuentros se convirtieron en momentos especiales que atesoré en silencio, guardando el gusto mutuo que ambos teníamos el uno por el otro. Años después, en medio de la pandemia de 2021, el destino nos brindó una nueva oportunidad. Mi suegra, Cristina González†, quien también fue mi querida maestra de inglés en la primaria ("mi Profa Cristy"), le preguntó a Pedro qué había sido de mí. Este sencillo comentario llevó a Pedro a buscarme en Instagram, dando inicio a nuestra reconexión. A partir de ahí, nuestras conversaciones se multiplicaron y las videollamadas se volvieron una constante. Los viejos sentimientos, esos que provocaron en la adolescencia las mariposas en el estómago, comenzaron a renacer con fuerza. Y supimos, con certeza, que esta vez, las cosas serían diferentes.
Sabía que tenía que ser el lugar perfecto. Desde el primer momento, esperaba con ansias el día en que todo culminaría en esa pregunta tan especial. Lo había planeado con esmero, asegurándome de que cada detalle estuviera listo, y qué mejor que hacerlo en la época favorita de Fernanda: el otoño. Pero había un reto mayor, mantener el secreto. Conociendo a Fernanda, cualquier pequeña pista podría haber revelado mi plan maestro. Finalmente, llegó el día tan esperado: el 21 de octubre de 2023, un día que prometía ser inolvidable. Comenzamos la jornada con una visita a la iglesia, un momento de calma antes de lo que vendría. Después, compartimos una comida con Cristy, pero en el fondo de mi mente, todo giraba en torno a lo que estaba por suceder. Sabía que teníamos que prepararnos rápidamente, porque nos dirigíamos a Dallas, a un parque que tenía un lugar muy especial en su corazón. Al llegar, nos encontramos con mi papá y comenzamos a pasear por el parque. Cada paso nos acercaba más a ese momento que había imaginado tantas veces. Hicimos una pequeña sesión de fotos, capturando la alegría y la belleza del día, hasta que llegamos a ese rincón perfecto: un kiosko con vista a una fuente, un lugar donde el tiempo parecía detenerse. Con el corazón latiendo a mil por hora, reuní todo el valor que tenía. Me acerqué a Fernanda y me arrodillé. Mientras ella estaba de espaldas, le pregunté, con la voz temblorosa por la emoción: “¿Quieres casarte conmigo?” Ella me miró, y en ese instante vi reflejada en sus ojos la misma emoción que yo sentía. Con una gran sonrisa y una voz llena de felicidad, respondió: “¡Sí, mi amor!” Nos abrazamos con fuerza, y en ese abrazo, las lágrimas comenzaron a correr por nuestros rostros. Todo el esfuerzo, toda la planificación, había valido la pena. El momento que tanto habíamos soñado era ahora una realidad, y no podía haber sido más perfecto.