a day to remember

We were just twelve years old when we met—two kids thrown together in the hustle of elementary school, not knowing that we’d become each other’s constant. From the very start, there was something different about us. We became best friends, sharing jokes, secrets, and the kind of laughter only childhood can offer. Little did we know then that we weren’t just learning about friendship; we were beginning to fall in love. Over the years, our bond only grew stronger. Through the awkward teenage years, the highs and lows of high school, and the endless late-night talks, we became more than just friends. We were the person each other could rely on—whether it was for support during tough times or simply sharing our dreams for the future. We were there for one another in ways no one else could be. Through all the changes and challenges that life threw at us, one thing remained constant: our love. Our hearts had been intertwined from the beginning, and over time, they only became more in sync. As high school sweethearts, we faced everything side by side—growing, evolving, and always, always supporting each other. We’ve spent nearly a decade together now, and in those years, we've learned that love isn’t just about romance—it’s about being there when it counts. We make each other stronger, pushing each other to grow and be our best selves. When one of us falters, the other is there to catch them. We aren’t just lovers; we’re each other’s safe place, the first person we want to turn to no matter what life throws our way. Some might say we’ve been together for a long time, but to us, it feels like we’ve always been. In a way, we’ve always loved each other, even before we knew what love was. And now, after all these years, we know we’re not just best friends or soulmates—we are each other’s home.

Teníamos apenas doce años cuando nos conocimos. Dos chicos que se juntaron en el ajetreo de la escuela primaria sin saber que nos convertiríamos en la constante el uno del otro. Desde el principio, había algo diferente en nosotros. Nos convertimos en mejores amigos, compartimos chistes, secretos y el tipo de risas que solo la infancia puede ofrecer. Lo que no sabíamos en ese momento es que no solo estábamos aprendiendo sobre la amistad, sino que estábamos comenzando a enamorarnos. Con los años, nuestro vínculo solo se hizo más fuerte. A través de los años incómodos de la adolescencia, los altibajos de la escuela secundaria y las interminables charlas a altas horas de la noche, nos convertimos en algo más que amigos. Éramos la persona en la que cada uno podía confiar, ya sea para apoyarnos en los momentos difíciles o simplemente para compartir nuestros sueños para el futuro. Estábamos ahí el uno para el otro de maneras que nadie más podría estar. A pesar de todos los cambios y desafíos que nos presentó la vida, una cosa se mantuvo constante: nuestro amor. Nuestros corazones habían estado entrelazados desde el principio y, con el tiempo, se sincronizaban cada vez más. Como novios en la secundaria, enfrentamos todo lado a lado, creciendo, evolucionando y siempre, siempre apoyándonos mutuamente. Hemos pasado casi una década juntos y, en esos años, hemos aprendido que el amor no se trata solo de romance, se trata de estar ahí cuando es necesario. Nos hacemos más fuertes mutuamente, nos impulsamos mutuamente a crecer y ser nuestra mejor versión. Cuando uno de nosotros flaquea, el otro está ahí para ayudarlo. No somos solo amantes; somos el lugar seguro del otro, la primera persona a la que queremos recurrir sin importar lo que la vida nos depare. Algunos dirán que hemos estado juntos durante mucho tiempo, pero para nosotros es como si siempre lo hubiéramos estado. En cierto modo, siempre nos hemos amado, incluso antes de saber lo que era el amor. Y ahora, después de todos estos años, sabemos que no somos solo mejores amigos o almas gemelas: somos el hogar el uno del otro.